Miscelánea

Buscan en ajolotes remedio a pandemia anfibia

Frente al pandémico mal por el que poblaciones enteras de anfibios han colapsado por poco más de cuatro décadas, los ajolotes podrían llevar a flor de piel una potencial solución.

La enfermedad se llama quitridiomicosis, y es causada por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis (bd), el cual infecta la piel de los anfibios y les impide respirar.

Pero lo que la ecóloga microbiana Eria A. Rebollar Caudillo (Ciudad de México, 1980) y su grupo de investigación han observado es que los ajolotes conviven con tal patógeno sin verse afectados por ello.
“Nosotros hemos ido al campo y hemos medido la presencia de este hongo, y vemos que los ajolotes lo tienen en su piel incluso en cantidades altas. Sin embargo, no vemos que estos ajolotes estén muriendo por el hongo”, cuenta en entrevista la académica del Centro de Ciencias Genómicas (CCG) de la UNAM.
“Esto nos hace pensar que, efectivamente, tienen tal vez una serie de defensas que les permiten sobrevivir como portadores del hongo sin expresar la enfermedad”, agrega la científica, estudiosa desde hace más de una década de las relaciones simbióticas entre hospederos -animales- y comunidades microbianas.

Fue entre los años 70 y 80, relata, que comenzó a observarse la muerte masiva de anfibios en las selvas tropicales de Centroamérica, principalmente en Panamá y en Costa Rica, y también en Australia. Ocurría en sitios bien conservados donde no se percibían contaminantes ni perturbación por el efecto de las actividades humanas.
La comunidad mundial de herpetólogos alertó sobre esta situación, y hasta 1998 se tuvo la primera descripción del hongo responsable, perteneciente a un grupo poco explorado.

Una de las hipótesis iniciales era que su propagación se debía al cambio climático; es decir, que las alteraciones en el ambiente y la temperatura favorecían su desarrollo en muchas regiones. Pero luego se descubrió la causa real.
“Parece que en realidad se ha propagado por todo el mundo este linaje pandémico, digámoslo así, gracias a que los humanos hemos movido a los anfibios. O sea, fue a través del tráfico de especies que el hongo llegó a muchos continentes y comenzó a propagarse entre las comunidades de anfibios”, apunta Rebollar Caudillo, quien cita un estudio publicado en Science en 2019 para ilustrar la gravedad del problema.
“Alrededor de 500 especies de anfibios se han visto afectadas por este hongo, y más de 90 especies se consideran extintas”, expone la científica del CCG. “Eso más o menos representa entre el 5 y el 6 por ciento de la biodiversidad global de los anfibios en el planeta”.
Como con muchas otras especies, la pérdida de anfibios -ranas, sapos, ajolotes, salamandras y cecilias- no es algo trivial, pues son parte fundamental de las cadenas alimenticias en varios ecosistemas del planeta. Al mismo tiempo que sirven de alimento para muchos organismos, como serpientes y tucanes, los se alimentan de insectos, por lo que juegan un papel importante en el control de poblaciones de mosquitos.
“Considerando que los mosquitos son vectores y portadores de enfermedades humanas, la pérdida de los anfibios en los ecosistemas puede incrementar la gravedad o la abundancia de mosquitos que transmiten esas enfermedades en humanos”, señala la especialista, refiriendo que científicos ya han estudiado la relación entre la malaria y la pérdida de anfibios.
¿Podría relacionarse también con los brotes de zika, dengue y chikungunya en México?
Sí, sin duda. El único problema aquí es que nos falta trabajo científico publicado al respecto. En México no hay ningún estudio que vincule directamente este efecto (…) pero al ser los anfibios depredadores importantes de mosquitos en todos estos ambientes, sin duda su pérdida puede tener un impacto en el crecimiento poblacional de estos mosquitos que transmiten esas enfermedades.
En medio de tan aciago panorama, el remedio bien podría estar en esa inmunidad ya observada en los ajolotes, como Rebollar Caudillo contó recientemente en el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental durante una charla titulada “La sobrevivencia del monstruo acuático: Una historia de pandemias y microbios protectores”.
Escudo microbiano

Lo que estaría protegiendo a los ajolotes de la quitridiomicosis es una combinación de factores, dentro de los cuales destaca la colección de microorganismos -o microbioma- alojados en su piel, particularmente las bacterias.

“Lo que pensamos o como visualizamos ese microbioma es como una extensión de su sistema inmune; es decir, además de sus propias defensas, los ajolotes tienen una cobertura de bacterias, principalmente, que les ayudan a sobrevivir en presencia de un patógeno”, explica Rebollar Caudillo.
El trabajo que hacen en el laboratorio ha permitido a la ecóloga microbiana y a su grupo detectar a las bacterias involucradas en esto, así como las funciones que pudieran estar llevando a cabo.
“Lo que hemos encontrado, por un lado, es que muchas de estas bacterias tienen genes asociados a capacidades antimicrobianas y antifúngicas, es decir, contra hongos”, comparte la especialista, aunque acota que no es lo mismo identificar esto en condiciones controladas de laboratorio que en campo.
“Pero bueno, el hecho de que estemos encontrando un efecto en el laboratorio nos hace pensar que tal vez en un ambiente natural estén llevando a cabo esas funciones”, confía.
El Ambystoma altamirani, ajolote que vive en los arroyos de las montañas que colindan la Ciudad de México, Toluca y Cuernavaca, es el que ha servido de modelo principal para el estudio de Rebollar Caudillo y su equipo, aunque ya lo han hecho extensivo también a otras siete especies, incluido el Ambystoma mexicanum, que es endémico de Xochimilco y acaso el más conocido.
Todo el conocimiento que han ido reuniendo mediante sus investigaciones podría derivar en algún desarrollo que salve a los anfibios ya sea en su ambiente natural o incluso en el laboratorio, a propósito de aquellos que actualmente están en cautiverio y se planea reintroducirlos en sus hábitats naturales, como es el caso del ajolote de Xochimilco, precisamente.
“Una idea más a largo plazo sería pensar que estas bacterias benéficas o probióticas pudieran aplicarse en ambientes naturales, o sea, que pudiéramos reforzar sus defensas para que les ayudemos a los anfibios a defenderse de estas enfermedades”, plantea Rebollar Caudillo.
Por lo pronto, los esfuerzos están puestos en definir concretamente cuáles son las sustancias o moléculas, producidas por esas bacterias del microbioma, responsables de la actividad antifúngica.
Y también en entender cómo es que los ajolotes mismos están modulando su microbioma por medio de sustancias químicas; “los anfibios producen una serie de sustancias en su piel que los protegen y los mantienen húmedos, y lo que creemos es que esas sustancias son las que definen quién crece en su piel y quién no”, detalla la especialista.
“Entonces, estamos tratando de entender esa comunicación entre el hospedero y su microbioma. Creemos que es un proceso que ha tomado millones de años de ir a prueba y error en términos de los beneficios que le puede dar al ajolote y los beneficios que tienen las bacterias creciendo en este ambiente”.
El reto de obtener fondos

Un apoyo del extinto Conacyt -hoy Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (Secihti)- permitió al grupo de Rebollar Caudillo escalar sus investigaciones a distintas variedades de ajolotes.

Recién el mes pasado la ecóloga microbiana entregó el informe final respecto al uso y resultados del trabajo hecho con tales fondos, y ahora intentarán obtener recursos para financiar los análisis de secuenciación masiva y otras técnicas que son costosas.
“Siempre en la ciencia hay que estar buscando financiamiento para desarrollar las investigaciones. Mi impresión es que, en general, cada vez se hace más difícil encontrar estos fondos”, considera Rebollar Caudillo, galardonada en marzo pasado con el reconocimiento “Sor Juana Inés de la Cruz 2025” por su destacada trayectoria universitaria.
“Siempre es un reto. En México de por sí hay poco financiamiento a la ciencia. Los temas más ecológicos son difíciles de financiar, sobre todo porque gran parte de la investigación o de los dineros, digamos, tienen un enfoque más médico”.
Sin embargo, sus estudios sobre el microbioma de anfibios podría llegar a tener implicaciones positivas en el ámbito médico. Ahora mismo la investigadora del CCH colabora con otros grupos para explorar si la colección de bacterias que ha obtenido tendrían la capacidad de matar o inhibir el crecimiento de bacterias que enferman a humanos.
“Hemos encontrado que sí, que efectivamente algunas de estas bacterias tienen la capacidad de matar estas bacterias patógenas que son, por ejemplo, resistentes a antibióticos”, refiere.
“Ahora hay todo este problema de la resistencia a antibióticos, con todas estas cepas patógenas que se están volviendo un problema serio porque ya nada las mata, o sea, los antibióticos que tenemos hasta la fecha no logran ya matarlas. Y debemos entender qué sustancia están produciendo estas bacterias (obtenidas en anfibios) que logran inhibir el crecimiento de estos patógenos”.
Finalmente, algo que la investigadora también desea emprender son muestreos masivos para tener una idea clara de la presencia de la quitridiomicosis en nuestro País.
“Sabemos algo al respecto, pero sigue siendo muy poquito; la gran mayoría de las especies que tenemos en México no están exploradas, no sabemos si tienen el hongo o no. Y detectar el hongo también es caro, utiliza técnicas de biología molecular, y necesitamos financiamiento para medirlo en distintas selvas, bosques, etcétera”

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