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Los libros no están en la canasta básica

Aunque México leyó más durante la pandemia, la industria editorial no lo vio reflejado en sus ganancias.

De acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Editorial (Caniem) y Nielsen BookScan, el mercado editorial mexicano cayó 23% debido al cierre de librerías a causa de la pandemia, lo cual representó una pérdida de mil 230 millones de pesos en facturación.

Lo curioso es que esta caída estuvo acompañada de un crecimiento, pues el confinamiento llevó a la gente a leer más desde sus smartphones. El último reporte del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) indica que el tiempo en pantalla dedicado a la lectura de contenidos aumentó hasta en 40% durante la pandemia. Esto provocó que la facturación de libros digitales creciera entre 2 y 5%.

Sin embargo, los ebooks siguen representando una parte minúscula de toda la industria editorial, que sigue siendo dominada por la venta de ejemplares impresos. Según datos de la Caniem, el libro electrónico representa apenas un 6% de todo el mercado.

“Vivimos un panorama muy triste. El cierre de librerías afectó muchísimo, aunque hayan crecido otros canales de venta, como los libros digitales. Pero (ese crecimiento) no fue suficiente para sostener a toda la industria”, asegura en entrevista Juan Luis Arzoz, presidente de la Caniem y exdirector de Santillana México.

El cierre de mil 214 puntos de venta provocó que el mercado editorial nacional perdiera hasta 2 mil 329 millones de pesos en facturación, según la cifra más alarmante dada a conocer por la propia Caniem en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del año pasado.

“Se supone que habíamos sido catalogados como actividad esencial en el Diario Oficial de la Federación, pero ese estatus caducó el 31 de diciembre pasado. Nunca nos dijeron por qué y las librerías tuvieron que volver a cerrar. Enero fue un mes muy malo para todos porque volvieron a cerrar las librerías, y en diciembre también hubo cierres, justamente en el periodo navideño, que es cuando la gente regala libros”, señala Arzoz.

Antes de la crisis sanitaria, la Caniem estimaba vender 124 millones de ejemplares, pero conforme fue avanzando la pandemia el escenario se volvió más sombrío. Hoy, calculan que en 2020 se vendieron 25 millones de libros menos que en 2019.

Piratas al acecho

La situación se vuelve aún más complicada si se toma en cuenta que México es el primer lugar en la venta de libros pirata. El Centro Mexicano de Protección y Fomento de los Derechos de Autor (Cempro) estima que 4 de cada 10 libros que se consumen en el país son ilegales. Hace una década, la proporción era 2 de cada 10, precisa Quetzalli de la Concha, secretaria general del Cempro.

En septiembre de 2020, la escritora Fernanda Melchor —una de las autoras mexicanas más galardonadas del mundo— publicó un tuit que levantó polémica: “Bueno, ya basta de chorcha y empecemos a chambear en la nueva novela, que esos PDFs piratas no se van a generar solos”. Se refería a la manera indiscriminada en que su premiada novela, Temporada de Huracanes, circuló de manera ilegal en las redes sociales de miles de personas, quienes incluso subían el PDF de su obra a Twitter, Facebook o WhatsApp sin pagar un solo peso.

En respuesta, miles de usuarios la acusaron de “elitista” y dijeron que la libre circulación de libros en Internet era una forma de “democratizar” la lectura y el conocimiento.

“Yo jamás hubiera salido de la universidad sin las copias a 20 centavos o los PDF’s. Comprar libros es carísimo para un estudiante de escuela pública. Ahora imagínense tener que comprarlos en pandemia”, tuiteó Daniela Díaz, exestudiante de comunicación en la UNAM.

De acuerdo con datos de la Caniem, el 31% de las librerías se concentra en la Ciudad de México, el foco rojo de la pandemia y la zona metropolitana que ha experimentado más confinamientos en el último año. Jalisco y el Estado de México son las otras entidades con más puntos de venta. También son entidades con las tasas más altas de incidencia de casos Covid después de la capital.

“Ante el cierre de las librerías y el auge de las plataformas digitales en esta pandemia, la piratería ha crecido, pero no debemos confundir la democratización de la cultura con no querer pagar los derechos de autor de los contenidos que consumimos”, considera Arzoz. “Nosotros no vivimos de regalar libros, sino de venderlos”, asegura.

Y es que en un país donde el 60% de la población gana menos de 7 mil 500 pesos al mes —según la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo 2020 del Inegi—, comprar libros no forma parte de la “canasta básica”. Según un cálculo hecho por Organización Editorial Mexicana, el salario mínimo actual (141.70 pesos por día) no alcanza para comprar ningún libro de novedad en Sanborns, Gandhi o El Sótano, ya que el precio promedio de una publicación reciente ronda en los 270 pesos.

Librerías Gandhi —una de las cadenas de venta más grandes de la industria— tiene en su lista de libros más leídos a El negociador, de Arturo Elías Ayub; Páradais, de Fernanda Melchor; El infinito en un junco, de Irena Vallejo; Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga; De animales a dioses, de Yuval Noah Harari; Mujeres del alma mía, de Isabel Allende, y Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, de Elena Favilli. Ninguno de estos títulos puede comprarse con un salario mínimo. De hecho, para adquirir el de Irene Vallejo, que cuesta 825 pesos, una persona tendría que trabajar casi una semana si gana el salario mínimo.

Ante esta situación, mucha gente ha volteado al mundo digital para consumir contenidos, pero de forma irregular, afirma Quetzalli de la Concha, quien también es gerente legal y de derechos de autor de Penguin Random House, uno de los grupos editoriales más poderosos del mundo.

“Vemos que hay una disparidad entre el aumento de la lectura en pantalla y la venta efectiva de libros en formato digital”, dice de la Concha. “Y esto es preocupante porque está proliferando la piratería digital, algo que trae consecuencias negativas en la industria, como recortes inmensos de personal en las editoriales; de hecho, muchas de ellas no saben si podrán sobrevivir para finales de año”.

Hay muchas editoriales que han migrado al mundo digital. Incluso las más tradicionales. Cal y Arena es una de ellas. Con más de 30 años de presencia en México, hace unos días anunció la llegada de su catálogo a Amazon, el sitio de e-commerce más grande del mundo. Entre sus autores más reconocidos se encuentran Rubem Fonseca, Enrique Serna, Carlos Velázquez, Sergio Ramírez y Guillermo Fadanelli.

El problema con la digitalización de los contenidos —ya sea un concierto, un libro o un disco— es que los negocios se desmonetizan, advierte Ernesto Piedras, director de The Competitive Intelligence Unit y uno de los economistas que más ha estudiado y medido el poder de las industrias creativas en México.

“Antes de la pandemia, las industrias culturales o creativas representaban el 7.4% del PIB nacional. Con la crisis, calculamos que este año pasaremos de ese 7.4% a un 5.1%. Pero esto no quiere decir que estemos viendo menos películas, que estemos leyendo menos o que estemos escuchando menos música. Al contrario. Lo que pasa es que la digitalización del entretenimiento ha desmonetizado a muchos negocios. Tenemos más acceso al entretenimiento gracias a la tecnología, pero muchos negocios han perdido, y creo que las pérdidas más grandes, al final, son para el creador”, explica Piedras.